Asja by Roser Amills

Asja by Roser Amills

autor:Roser Amills [Roser Amills]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788418857317
editor: 2021
publicado: 2021-08-29T22:00:00+00:00


Perder el norte

Por el camino del descuido

Se tiene uno que hacer pedazos, para reconstruirse, y Asja se enfrentó, por fin, a la etapa más confusa y destrozada de su relación. Había tardado treinta años en llegar ahí, pero ¿qué se podía esperar de ella, si se volvía loca, si estaba enferma? ¡La verdad, la verdad! ¿Qué significaba ahora esa palabra? Por aquel entonces, la verdad, para Asja, se había limitado a recordar, por ejemplo, que Walter no se había atrevido a huir con ella a Letonia para desenamorarse de él. Sin embargo, a la vista de cuanto sucedió después, aquello no era toda la verdad. Ahora podía no solo reconocerlo, sino reflexionar sobre ello. ¿Cómo iba Walter a hacer algo así sin dinero? ¡Y qué crudo despedirse! Cuando llegó de nuevo la noche en aquel tren de camino a Moscú, buscó, en vez de un pedazo de pan y una omelette o una sopa, como los demás pasajeros, los cigarros que le permitían ver a través del humo —como en una bola de cristal— el pasado que había expulsado con su testarudez, esa manera de ser que no le dejó más alternativa que el exilio, pues se removía en su interior una gran ansiedad que debía ser alimentada con tabaco.

Había sido caprichosa, infantil, detestable. En cuanto supo que él no iba a acompañarla, se negó a besarlo y, de pronto, Walter estaba de nuevo en Berlín y hacía un frío atroz y disimuló su desesperación manteniéndose ocupado a todas horas. Como contaría más tarde, Walter fue varias veces a reclamar el dinero de las traducciones a la editorial y recibió la noticia de que la habían cerrado, por quiebra, y, si regresó al hogar conyugal a rogarle a Dora que le perdonara su larga ausencia y lo ayudara, fue porque temía no poder hacer ya nada, de tan frustrado que estaba, no porque amara a su esposa. Ahí hubo un malentendido imperdonable.

Walter había sufrido tanto por culpa de Asja que se aferró a su trabajo. ¡Como fuera!, ¡tenía que terminar como fuera aquel maldito estudio sobre el origen del drama barroco alemán que había concebido en 1916! En gran parte por culpa de Asja, apenas había sido capaz de avanzar, en Capri, y mucho menos luego, en Nápoles.

Por suerte, Dora accedió, con la condición de que se mudara en dos o tres meses, si no lo había conseguido terminar. Y Walter volvió a esforzarse, a entrar en el diapasón de los sentimientos propios del lazo matrimonial. Recorrió registros desde la dulzura hasta la amargura, porque su hijo apenas lo reconocía. Sus ausencias habían hecho mella en Stefan. Le había ofrecido un libro comprado para él en Italia, un cuento infantil, pero el pequeño lo tiró al suelo.

—¿Por qué lo tiras, hijo? —preguntó, inquieto.

—Porque es moderno. Mamá, mamá, mira: el gato se ríe —y lo decía sin mirar a su padre, como si se tratara de un extraño—. Realmente se ríe, mamá. Se ríe incluso cuando no digo nada gracioso.

—Stefan, quizás



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